viernes, 30 de noviembre de 2007

VIAJE A CHINA - José A. Tindón Manzano


China es sorprendente, ancha y ajena, los chinos impasibles, incomprensibles. Hong Kong es otra de esas ciudades artificiales, pos coloniales. Dubai no debe ser muy diferente. Puerta de Oriente a Occidente, el próximo y el lejano. El arte de no amar y de comprar. Sublimaciones consumistas, ¡no te soporto, llévame de compras! Hay cosas que el dinero no puede comprar, y sin embargo, la magnitud de todo ello. Comprar hasta que sobreviene la muerte, callada. Una tienda de Dior de una manzana, LV... no es cosa de broma, pero a mi no me emociona.

Esta noche soñé que estaba en China, me desperté y no había nada que lo confirmase.

Las tribulaciones de un chino en China, Hong Kong, la pesadilla del aire acondicionado, los rascacielos construidos por arquitectos pretenciosos y no poco ambiciosos. El NY del lejano oriente, skyline, letreros luminosos, ideogramas parpadeantes. A los chinos les encanta apostar, cogen el ferry a Macao, vieja colonia portuguesa, la isla de las especias. La cedieron en el 99, ahora es una SAR, a mi me suena a enfermedad pulmonar. Lo cierto es que la libertad mal administrada es como un cáncer, morir de vida y no de muerte. El consumo que consume a quien lo asume como modo de vida. Made in Hong Kong, ya hemos llegado. El fantasma del dinero y del éxito, siempre te coge con los pantalones bajados.

Xi an, la vieja capital de la dinastía Han, sus calles y avenidas, la ciudad fortificada, centros de ocio y de desprecio, pero en las callejuelas oscuras, extramuros, las bicicletas ya no son para el verano, tiran de remolques llenos de frutas y hortalizas, acelgas chinas, mangos, mandarinas. Al caer la tarde los mercados se convierten en el hogar improvisado de familias enteras que duermen en camas improvisadas sobre los puestos del pescado, el olor insoportable. Una joven se lava el pelo en la calle en una palangana, semidesnuda, la pobreza no conoce el pudor. Será el erotismo otro invento decadente y burgués, sospecho que sí. Los coolies siguen dedicados a su negocio milenario, ahora la tracción no es humana, eléctrica y poco estética.



Los chinos se sientan en el aire, andan hacia dentro, suman con cuentas de azabache, impenetrables e impasibles. Pueden pasarse horas en cuclillas esperando el autobús. Las chinas son esbeltas, delgadas como el bambú, poca teta y poco culo, pero sus miradas son agudas como las flechas de jade. Los vestidos cruzados, dragones rojos a ambos lados, cuello mao, el corte de la falda; sin embargo, simétrico y tan alto que hace superflua la imaginación. Piernas infinitas como el sendero que dibuja la luna sobre el Yang Tse en los poemas de Li Bai.

En tiempos de la revolución cultural escribir el trazo de un ideograma con la inclinación equivocada te identificaba como disidente, peligro público, enemigo del estado. Hoy los chinos son adeptos del Chinglish, incomprensible mezcolanza, híbrida y febril. Los resultados, imprevisibles, como reza la tarjeta de mi hotel: "please take advantage of the chambermaids". Curiosa contradicción que los juegos olímpicos de Beijing 2008, símbolo de la apertura, hayan puesto en marcha la maquinaria represora del partido único. Masivas campañas de reeducación, esta vez ya no se trata de abandonar viejos vicios burgueses sino de que los pekineses no escupan en el suelo, se suenen con las manos ni se empujen violentamente en los transportes públicos. Y digo yo, son 1300 millones de chinos, cómo no habrían de empujarse. El partido sigue controlando con mano férrea la difusión de la información en los medios, hace una semana se derrumbó un puente y se silenció con una eficacia y un rapidez escalofriantes. Sociedad militarizada y martirizada.



Tienen ventajas los viajes, el tiempo se detiene. Es una cuestión física, ir a favor o en contra de la rotación, la tierra que nos aterra. Movimientos aparentes, gira nuestro esférico planeta de oeste a este y así nos parece que el sol sale por el este y se pone por el oeste, cuando en verdad ni sale ni se pone, la revolución de los planetas. El sonido de las cicadas en los arroyos, los arrozales. El arquero Yi mató a 21 soles uno a uno para evitar que con sus caprichosas salidas y desplantes quemasen la superficie de la tierra. Perdidos a sus hermanos a manos del arquero mítico el sol se oculta y nos recuerda por las noches su dolorosa pérdida. Cultura animista la China, la nuestra en cambio antropocéntrica y senil, insiste en el exceso de celo, el orgullo y la sedición como origen de la perdición. Faetón roba el carro del sol a su padre y surca los cielos, se acerca a la tierra para demostrar a sus amigos que es hijo del sol y no hace sino quemarla. Zeus lo fulmina con un certero rayo, que sí cesa. Los nubios son negros debido a la loca arrogancia de Faetón. De ahí el prejuicio de las razas cocidas y a medio cocer. Los chinos nos llaman los diablos blancos wai bo.



Beijing es un enigma, la ciudad prohibida prohibitiva, comer pato pekinés en Pekin, ver el Último tango en París, en París, la condena de la autorreferencia. Qué quieres que te compre para animarte, unos palillos chinos, bolas chinas. La medida de lo ajeno, la insistencia de la adjetivación: torturas y cajas, trabajar no trabajan tanto, son sucios e ineficaces, pero el europeo nunca podrá ser más que un arrogante colono en el Oriente. En el parapeto de la Gran Muralla pienso en mis antepasados que guían mis pasos, Du Fu fracasó en sus aspiraciones en la corte imperial, pero llegó a ser uno de los poetas más respetados de su tiempo. Es curioso que fuera la concubina del emperador Tai Zong, después la primera emperatriz Ze Tian, la que diseñó un modelo de examen de estado para convertirse en funcionario de la corte en la ciudad prohibida en el que la prueba eliminatoria fuese la improvisación de versos. Temible arma política con la que planeaba destruir a la vieja aristocracia norteña del valle Wei.

QUIEN NO SEPA POESÍA NO PODRÁ ENTRAR EN LA CIUDAD PROHIBIDA.

La caja china es un argumento en inteligencia artificial que pretende demostrar que los ordenadores no piensan, solo manipulan símbolos sin llegar a un conocimiento de las realidades que designan, la frontera difusa entre verdad y referencia. Supongamos una sala completamente aislada del exterior, salvo por algún tipo de dispositivo por el que se pueden hacer entrar y salir textos en chino. Supongamos también que en esa sala hay una persona que no sabe chino, pero que está equipado con una serie de manuales y diccionarios que le indican las reglas que relacionan los caracteres chinos. De este modo, la persona que manipula los textos es capaz de responder a cualquier texto en chino que se le introduzca, y hacer creer a un observador externo que si entiende el chino, pero lo cierto es, que no lo entiende. En China me he sentido como en una caja, completamente aislado del exterior, enfrentado a una lengua milenaria e incomprensible, barrera lingüística mucho mas eficaz de lo que lo fue la Gran Muralla para mantener a raya a los mongoles, aunque solo fuera momentáneamente. Los tonos y los trazos, la parsimonia con la que se sientan en el aire y comen en cuclillas mientras el trafico bulle a su alrededor. Las melenas de las mujeres, negras como la noche, largas hasta los tobillos, trenzas con las que atarte, sincerarte. Ojos rasgados, rostros pacientes. Tengo la certeza de que me iré de China como vine, frondoso de preguntas, sin una sola respuesta que llevarme a la boca. Una China de islas y aislamientos voluntarios, rutas roturadas, sendas insidiosas. El turista sigue los caminos balizados, come lo que le ofrecen, sonríe cuando le empujan.



China, el aliento del dragón, huele a azufre y a promesas incumplidas. Estado policial, disciplina de partido. La disidencia es un suicidio, la duda una traición. Un país emergente que podría muy bien asfixiarse de éxito. El desarrollo industrial pasa necesariamente por la contaminación medioambiental, pero el caso chino es un despropósito. Medio país vive bajo el fantasma de la desertización, menos de un uno por ciento de la población china respira aire limpio y mas de 50 millones de chinos no tienen agua potable en sus hogares. El país de la desinformación, del loto azul. Las guerras del opio dejaron muy poco cronopio tras de si.




Fotografías: José A. Tindón Manzano